El nombre tenía una doble lectura, por un lado íbamos a por otro, a por otro primero, y aprovechamos el boom de aquella feria con el muñequito aquel que nos rifaban en todas las tómbolas al grito de: ¡A por otro perrito piloto! El grupo se mantuvo respecto al año anterior, así como el autor, que continuó con nosotros. Para la puesta en escena, mi padre fabricó una especie de tómbola de donde salíamos nosotros en la presentación, la realizó en el garaje de Pepe Coronado, el padre de Carlos Coronado, conocido periodista de la televisión local. El concurso se celebró por primera vez en el salón de actos del instituto 7 Colinas que contaba con un aforo inferior al del Revellín, (por lo que ya empezamos a tener problemas con la venta de las entradas), pero que tenia una acústica mucho mejor que el otro, por lo que el concurso ganó en calidad y el lucimiento de los grupos era mayor, lo que hizo que mi chirigota mostrara sus carencias en afinación al no llevar guitarras. La chirigota que sacaba Pacorro,”Toi chirigotero”, estaba mucho mas trabajada en ese aspecto, así que se llevó el gato al agua. Por primera vez lloré en un concurso de carnaval, los consejos de mi padre sirvieron de poco, y nos tomamos bastante mal la derrota. Mientras consolaba a los niños, nos aconsejaba que diésemos la enhorabuena al grupo ganador, pero la verdad que no recuerdo si alguno de nosotros lo hizo. Pronto nos olvidamos del palo recibido y disfrutamos igual de lo que restaba de carnaval. No olvidaré el bofetón que recibí por algo que a día de hoy hago a menudo. Durante el festival de mi barrio, igual que se hace ahora, en el salón de detrás del escenario se ponían bebidas para las agrupaciones participantes. El Verdura y yo, no tuvimos otra ocurrencia que echarnos un vaso de whisky de una de las botellas que había sobre la mesa, alguien alertó a mi padre de lo que estábamos haciendo y ni corto no perezoso me arreó un mamporro que me quitó el puntillo al instante. Debo decir que unos minutos después, tras darnos la charla correspondiente nos dio 200 pesetas a cada uno, con las que compramos un par de Coca-Colas, de ese modo podíamos camuflar y darle color al contenido de los vasos. Pronto terminó ese carnaval de 1990, en el que conocimos el sabor amargo de la derrota, que por supuesto, no me gustó tanto como el del Whisky con coca cola.
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